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Este domingo 21 de mayo se corre otra edición de la maratón Lima42k. Algunos hemos corrido más de 1,000 kilómetros para estar listos para unos últimos cuarenta y dos. Otros corren sus primeros diez. Lo cierto es que para 14,000 personas, el 21 de mayo terminan meses de entrenamiento. Sería lindo que, pronto, la ciudad esté igual de preparada.

Una maratón es un evento-ciudad. El turismo y la gastronomía son las principales beneficiadas. En cuanta ciudad hay una maratón importante, los hoteles se llenan, los restaurantes revientan, las ciudades disfrutan y para todos es un gran momento de poner a la ciudad al centro de la noticia. Marathon Week es una semana de celebración. No falta razón. Corredores de todo el mundo junto con sus groupies invaden ciudades. El consumo se dispara. Con decir que AirBnB es partner de la maratón de Nueva York. Estudios demuestran que la maratón de Nueva York genera US$415 millones para la ciudad, destinados a turismo y restaurantes, principalmente. Beneficios similares se ven en Londres, Berlín, Tokio, Chicago, Los Ángeles, Miami y hasta tan cerca como Buenos Aires. La ciudad se convierte en fiesta y no hay quien no felicite a cuanto corredor se encuentra por la calle.

En Lima, tenemos todo para aprovechar este evento. Una cocina de nivel mundial, destacadísimos fondistas que nos traen las pocas alegrías deportivas que celebramos, creciente interés en la salud y el deporte, y servicios que están cada vez más a la altura. En el 2015, tuvimos 1,000 corredores extranjeros de 45 países. Este año, sin duda, tendremos más. Pero sobre todo, tenemos una ciudad históricamente orgullosa de su cultura, de sus recovecos, de su comida y de su hospitalidad.

Sin embargo, la única maratón de Lima no genera la sensación de orgullo y júbilo que vemos en otras ciudades. Muchas veces nos encontramos con choferes comprensiblemente fastidiados, policías que intentan de la mejor manera explicar la situación a vecinos molestos y hasta expresiones de rabia dirigidas directamente a corredores que vienen con más de 30 kilómetros encima. La razón es sencilla: la mirada es de oposición entre el corredor y el otro. El evento está pensado para los corredores y no para la ciudad.

Si la Maratón de Lima se diseña y comunica para la ciudad, de a pocos, año a año, podremos ir ganándole ese espacio en el corazón (y el bolsillo) al limeño. Primero con higiene básica. Los cierres incomodan y la organización también. Hay que transmitir claramente cuáles serán esas molestias. Pero principalmente, hay que comunicar qué saca la ciudad a cambio de las molestias. Hay que empezar a convencer que el evento es de y para todos. Esa alegría traerá aun más turistas y a la vez más consumo. Paso a paso, la maratón de Lima se convertirá en un motivo de celebración y orgullo de nuestra ciudad que, además, bien podría acabar con logros deportivos.

Así que este domingo celebremos todos. Construyamos un evento para la ciudad que nos haga partícipes no porque seamos corredores sino porque somos limeños. Alegrémonos no sólo por todos los que nos visitan y por el esfuerzo de quienes recorreremos la ciudad —aunque su buena onda será muy bienvenida— sino por la oportunidad de enorgullecernos de lo nuestro. Nuestros negocios nos lo agradecerán.

Autor: Michel Seiner

Este artículo también lo pueden encontrar en la sección “Boom Gastronómico 2.0” de Semana Económica.

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