Share on Facebook
Share on Twitter
+

Una de las madrugadas en las que entrenaba para la Lima42K un buen amigo me comentaba que en la Maratón de Buenos Aires 2016 sintió que, cual avión comenzando el descenso a su destino, sus motores empezaron a frenarse, “como un bajón”. Me hizo la imitación de cómo se silenciaban los motores y todo. En Lima42K, me acordé de esta conversación desde el kilómetro veintiocho hasta la meta. Sentí ese sonido yo también. No es la primera vez que lo escucho además y mi Garmin lo muestra. Es mi terror, carrera tras carrera. Desde ese domingo he consultado a medio mundo, obsesivamente, intentado que no se repita.

Existen infinitas fuentes entre entrenadores, nutricionistas, psicólogos deportivos y bloggers que sí saben de correr para poder ir resolviendo este tema. Supongo las carreras me lo mostrarán. Pero no puedo dejar de pensar, ¿por qué nos preocupamos los corredores por estas cosas? A veces siento que al principio, solo importaba ponerme las zapatillas y salir. No tenía equipo complicado, zapatillas caras, polos técnicos, geles, pastillas de sal, asesores, dieta específica, era solo un gordito con ganas de correr. ¿Cómo llegué hasta aquí?

Tampoco estoy loco. Evidentemente hay una razón por la que poco a poco nos vamos adornando con más y mejores ayudas para correr más rápido por más tiempo. Es alucinante el sentimiento de vencerse a uno mismo, de cumplir un objetivo o de lograr un PR perseguido por muchísimos meses. Pero justo ahora, justito ahora, que retomo correr, lo primero que siento que vuelve a mí -además de la regularidad de ir al baño y del sueño, por cierto- es ese principio de sonrisa que nos sale luego de tres kilómetros. La sensación de saber que estamos corriendo y que en ese momento es el único lugar del mundo en el que queremos estar. Que todo está bien, en ese segundo. No por nada le llamamos runner’s high.

Pronto volverá el tiempo para mirar el reloj, para ser estricto con la dieta, para entrenar la comida. Pronto tendré un nuevo tiempo al cual aspirar, otra carrera que me quite el sueño y seré feliz retándome a mí mismo para alcanzar mis objetivos. Pero por estos días, estos tan poquititos, me toca disfrutar ese sentimiento que doy por sentado todos los demás días de entrenamiento. Esa sonrisa de perro tonto, de alegría absoluta, esa sensación de conexión conmigo mismo y con mi ciudad que solo puede darme, naturalmente, correr.

Ya otro día me estreso por mis tiempos y mi desacelerada.

 

Autor: Michel Seiner
Seinauer & Cia.

 

 

Share on Facebook
Share on Twitter
+

Leave a Reply