Share on Facebook
Share on Twitter
+

Este sábado, cuando salí a fondear con mi prima me propuse ponerme en su piel para imaginarme como sería correr siendo ella. Ello, a raíz de una mirada incómoda que visiblemente le molestó ni bien salíamos. Me concentré en percibir quién y cómo nos miraban, escuché los comentarios subidos de tono, vi los ojos paseadores que empiezan a subir desde los pies, escuché las risas luego de pasar. Me imaginé a mí mismo siendo analizado. Imaginé a mi esposa, mamá y hermanas pasando por lo mismo. Sentí rabia y ganas de explotar. ¡Qué diferente se siente correr siendo mujer!

En tan solo un fondo sabatino, entendí que las mujeres están acostumbradas a que los hombres las miremos, todo el tiempo. Están tan absolutamente derrotadas por la imposibilidad del cambio que simplemente se han resignado a vivir con la incomodidad. A reírse de bromas que no les dan risa, sonreír tras insinuaciones que les provocan más ganas de vomitar.

Mi propia rabia se convirtió en tristeza cuando le pregunté a mi prima por su molestia y me dijo que ella ya ha optado por ignorarlo. Para ella sería un despropósito y hasta quizás peligroso luchar cada batalla. Entender eso fue aun más duro: es normal para las corredoras sentirse atacadas todas las mañanas.

Nosotros los hombres normalizamos ese mundo. Algo o alguien nos enseñó que es menos hombre el que deja de  hacer comentarios sobre sus cuerpos. ¿En qué momento se “mariconizó” el no reírse de chistes que visiblemente irrespetan? Lo aceptemos explícitamente o no, sentimos que tenemos la obligación de expresar nuestro gusto por las mujeres en voz alta para probar nuestra masculinidad. Nos han enseñado que correr como hombre significa correr recordándole al mundo nuestra virilidad.

Pero, ¿qué tal si las chicas solo quieren correr? Igual que nosotros. Tan libres como salimos los hombres. Sin piropos, sin hacer vida social, sin ser cortejadas. Solo correr. No recuerdo la última vez que pensé en cuánto de mis piernas se veía con la ropa con la que haría mi fondo. Ellas lo piensan todos los días. No porque son mujeres sino porque nosotros pensamos que porque somos hombres tenemos que opinar (verbalmente o no) sobre sus cuerpos.

Entonces, al menos por ahora, necesitan de nuestra ayuda para construir unas pistas donde ellas no se deban resignar a la derrota. De momento, hemos hecho un pésimo trabajo, los hombres, en la tarea de generar ese espacio. Hagamos que esa mala chamba termine hoy. Combatamos nuestras costumbres. Mañana, guardémonos el comentario no solicitado y la mirada lasciva. Así, de a poquitos, empecemos el camino hacia mejores rutas en las que nuestras hijas, hermanas, mamás, esposas y amigas podrán correr más felices.

Es hora de que correr como hombre quiera decir luchar por ese espacio, corrigiéndonos a nosotros mismos, entre nosotros mismos, para generar un mejor lugar para nuestras compañeras de pista. Es hora de que los hombres contribuyamos en hacer realidad esa máxima del runner: en las pistas todos somos iguales. Comprémonos el pleito. Diles a tus patas. Pasa la voz. Corre como hombre.

Share on Facebook
Share on Twitter
+

Leave a Reply