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Hay algo sobre correr que es terapéutico. El acto de correr tiene millones de significados y a veces pienso que se mezclan en nuestra cabeza todos al mismo tiempo. Que mientras corremos, o descansamos, vamos poniendo el foco en los diferentes valores que le damos a correr. Como resaltándolos. Una acepción de correr se enfoca mejor y la distinguimos del resto de la maraña cuando le hacemos caso, dejando a las demás como fantasmas que quedan desenfocadas al fondo de nuestros cerebros. Luego otra idea cobra vida y se define mejor mientras la anterior se desvanece y así. En el espacio de una corrida, ayer, estas fueron las que se me cruzaron por la cabeza.

La primera que se cristalizó fue la realización de que correr, sea como sea, te fuerza a aprender a vivir, al menos un rato al día, hacia adentro. Conversando contigo mismo. Así estés corriendo acompañado, hay un o unos momentos de cada corrida donde emocionalmente estás solo. Y donde sí o sí no te queda otra que de aprender a vivir contigo. Para los no tan rapiditos como yo, correr una maratón, por ejemplo, es forzarme a tener cuatro horas viviendo conmigo. Pasando de los nervios a la emoción, al aburrimiento, al esfuerzo, al estrés y a la absoluta felicidad durante cuatro horas. Solito, conmigo. Aprender a disfrutar ese tiempo con nosotros mismos es uno de los grandes regalos de correr.

Y no es que no salgamos a correr en grupo. Pienso que desde que corro lo que más ha surgido por todo Lima, más incluso que modelos nuevos de zapatillas, son grupos de correr. Pero sin importar cuántos grupos más hay cada semana, correr sigue siendo una actividad donde solamente nos acompañamos porque, al final del día, todos corremos solos. Igual que en la vida. Todos nos acompañamos. Vivimos juntos, tenemos familias y amigos que queremos con pasión, pero al final del día, dentro de nuestros cuerpos, la vida es de a uno. Correr sin duda te enfrenta y te enseña a vivir con ello.

Lo segundo que se me metió a la cabeza es cuan simbólico y a la vez absolutamente literal puede ser correr. Antes de mi primera maratón mi vida personal pasaba por días horrendos. Correr no los hizo menos horrendos. Solo me enseñó a lidiar con ellos un paso a la vez, cada paso sintiéndome más fuerte que el anterior, con destino directo a la meta. Mientras más fuerte sentía mis piernas, más fuerte sentía mi corazón. Cuando crucé la meta en Nueva York ya todo yo era una persona diferente. Puro simbolismo. Todo lo opuesto pasó cuando dejé la casa de mis papas. La primera mañana libre que tuve corrí de mi casa nueva en el pentagonito hasta su departamento por el country y me quedé allá, un buen rato. Con ellos. Esa mañana, literalmente, corrí a casa.

Finalmente, me concentré en lo relajado que estaba post fondo. A veces correr solamente te quita la energía para las emociones. Y entonces sientes todas, como todos los días, solo que en volumen más bajo. En lugar de estar feliz, estás feliz pero menos intenso, cuando estás triste igual. Cuando tienes ansiedad la sientes pero preferirías estar en cuerpo de quien no hizo un fondo para que se sienta como verdadera ansiedad. A veces la vida solo es mejor después de correr. Y es ahí cuando recuerdo a mi perro. Cesar Millan, el encantador de perros, dice que “un perro cansado es un perro contento”. Los sábados soy un perro contento.

 

Autor: Michel Seiner
Seinauer & Cia.

 

 

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2 Comments

  1. Fiorella Tasso Prkut

    Que hermoso.
    Me hizo volar.
    Gracias
    Un abrazo.
    Bendiciones

  2. Diego Malat

    Nunca mejor expresado Michel, es aprender a estar solo paso a paso y disfrutar de la locura pero a muchas menos revoluciones, algo parecido me pasó ayer luego de mis 25k de fondo! Abrazo

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